Recordaba lo imposible
de caminar todo un siglo
moviéndose a contramano.
Por dentro de la espesura
sus manos se conectaban
con lo que nunca miró.
Y era imposible ocultarlo
y era profundo el empeño
que ponía en recordarlo
caminando y transpirando,
cortando ramas, sangrando.
Dicen que nunca salió.
Que después que entró en el monte
nunca jamás se lo vio.
Los viejos dicen que antes
esa escena ya pasó,
que los hombres que se meten
de esa manera en el monte
por los siglos de los siglos
nunca ven el horizonte
y terminan desgarrados,
lacerados, en girones
y espinas en los talones
a un metro de aquel camino
sin llegar a su destino.
Follajes entrecruzados,
húmedos y alancetados,
hojarascas en colchones
y olores putrefaccientes
van formando aquella espesa,
impenetrable neblina,
inentendible,
asesina.
